🌀 Capítulo: La percepción de lo ausente y la continuidad de la vida
Nuestra comprensión de la realidad depende, casi en su totalidad, de los
sentidos. Vemos, oímos, tocamos, olemos, saboreamos; a través de esas puertas
el cerebro construye un mapa del mundo. Durante siglos, ese mapa fue suficiente
para dar por sentado que lo que no percibíamos directamente no existía o había
dejado de existir.
Así, por ejemplo, cuando los sentidos nos mostraban que un cuerpo no respiraba,
que no se movía, que estaba inerte, el inconsciente elaboraba una conclusión
tajante: “ya no está”, o no se como decíamos antes de la palabra muerte.
Pero esa forma de percibir la ausencia está condicionada por limitaciones biológicas y por el marco cultural de cada época. La tecnología de los últimos siglos nos brinda un ejemplo revelador: hoy sabemos que no ver a alguien no significa necesariamente que haya dejado de existir.
Los sentidos y la ilusión de la ausencia
Imaginemos los siglos anteriores a la telefonía o internet. Si un familiar se iba a otro continente, la mayoría de las veces nunca más se lo volvía a ver ni escuchar. Para el inconsciente, alimentado por los sentidos, eso equivalía a una “muerte”. El cerebro no distingue entre la desaparición por distancia y la desaparición biológica: en ambos casos recibe la misma señal de vacío.
La tecnología como espejo de posibilidades
Hoy, sin embargo, con una videollamada podemos ver y escuchar a alguien que está a miles de kilómetros. La persona no “desapareció”: simplemente estaba fuera del rango de nuestros sentidos naturales. Entiendo entonces que, la tecnología extendió artificialmente nuestra capacidad de percepción, derribando la ilusión de ausencia. Comprendiendo q no ha muerto.
Este hecho abre una pregunta de mayor alcance:
👉 👉 ¿y si existen
formas de comunicación y continuidad de la vida que nuestros sentidos
biológicos no captan, pero que pueden ser “tecnologías internas” de nuestro cuerpo
y conciencia?
La conciencia como red de comunicación
Investigadores como Rupert Sheldrake han propuesto la existencia
de campos mórficos, patrones de información que trascienden el tiempo y
el espacio, y que podrían explicar fenómenos como la telepatía o la intuición
compartida.
Gregg Braden ha explorado cómo la combinación de física cuántica y
biología sugiere que la conciencia está profundamente entrelazada con el
universo.
Masaru Emoto, con sus estudios sobre la estructura del agua, mostró cómo
la intención y la emoción pueden dejar huellas materiales en la materia más
simple.
Aunque sus enfoques son distintos, todos convergen en una idea: lo que llamamos “presencia” o “ausencia” no depende solo del cuerpo físico, sino de redes invisibles de información y energía.
Investigaciones recientes en física y conciencia
· Roger Penrose y Stuart Hameroff: con la teoría Orch-OR plantean que la conciencia se origina en procesos cuánticos dentro de los microtúbulos neuronales. La información cuántica, según ellos, podría trascender la vida biológica, permaneciendo como huella en el universo.
· David Bohm y Basil Hiley: desarrollaron el concepto de orden implicado, un nivel profundo de la realidad donde todo está interconectado. En este marco, la “ausencia” sería solo un cambio de manifestación, no de existencia.
· Bernard d’Espagnat: físico y filósofo que advirtió que la visión de un mundo independiente de la conciencia no concuerda con los hallazgos de la mecánica cuántica. Su noción de “realidad velada” sugiere que lo esencial no siempre es visible a los sentidos.
· Instituto Suizo de Ciencias Noéticas (ISSNOE): investiga fenómenos como experiencias cercanas a la muerte, percepciones fuera del cuerpo y estados expandidos de conciencia, con metodología científica y sin reducirlos a creencias místicas.
Estos enfoques, aunque no forman parte del consenso científico dominante, muestran un movimiento claro: el interés por comprender la conciencia y su continuidad va más allá de la biología clásica.
Tecnología externa vs. tecnología interna
Si la videollamada nos demostró que alguien distante sigue vivo y
accesible, aunque los sentidos naturales no lo muestren, podemos inferir que
también existen tecnologías internas —latentes en el cuerpo y la
conciencia— que nos permitirían percibir y comunicarnos más allá de las
limitaciones sensoriales.
Las prácticas de respiración, meditación, Chi Kung y Tai Chi, afinan esos
dispositivos internos:
- Amplían la sensibilidad al campo energético del cuerpo.
- Modifican el estado de conciencia, abriendo la percepción no ordinaria.
- Permiten sostener la experiencia de conexión más allá del dato sensorial inmediato.
La continuidad más allá del umbral sensorial
No hace falta usar la palabra “muerte”. Basta observar cómo el cerebro,
guiado por los sentidos, interpreta una ausencia como final absoluto. Lo real o simbólico es interpretado de igual forma por nuestro cerebro.
Pero la tecnología nos enseñó que esa conclusión puede ser errónea: lo que
parecía una desaparición es, en realidad, una limitación de percepción.
Desde ahí, se abre la posibilidad de pensar que quienes “dejamos de ver” siguen
existiendo en otro rango de realidad, accesible si aprendemos a usar los
canales adecuados. Frecuencia, sería la palabra que enlazaría aquí.
Conclusión
La historia de la tecnología nos recuerda que la “desaparición” es muchas veces un error de interpretación sensorial. El desafío del presente es llevar esa comprensión hacia dentro: cultivar las tecnologías internas del cuerpo y la conciencia para ampliar nuestra percepción y comprobar que lo que llamamos final, en realidad, es solo una transición de acceso perceptual.
El futuro puede revelar que lo que hoy consideramos un límite —la ausencia definitiva— no es más que otro velo que caerá, tal como cayó la ilusión de distancia con la llegada de la videollamada.

Gracias Atilio!
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